Transcurría el año 2005, hacía un par de meses que había culminado las últimas materias del CBC, y me encontraba dispuesto a dar -no sin miedos y, por supuesto, lleno de incertidumbres- los primeros pasos en la carrera de Historia.
Sentado en soledad en una de las aulas del primer piso, Historia Social General se volvió mi primer desafío. Tras un rato de espera, hizo su ingreso al aula un hombre trajeado y de altura, y se presenta como Luis Alberto Romero. No lo sabía entonces, pero al tiempo descubriría la relevancia de este nombre y comprendería que mi paso por las aulas de Puan me permitiría conocer a múltiples personalidades del mundo académico.
De pie frente a una multitud de ingresantes, aquel historiador nos recibió con la siguiente frase:
“Bienvenidos a la carrera con más bibliografía de la Universidad de Buenos Aires”.
Todos sonreímos… no nos estaba mintiendo. Solo basta recordar la experiencia que significó preparar el final de Historia Moderna y la inquietante sensación de pensar que “era demasiado”. Conservo, todavía, aquella foto que saqué de todos los textos apilados sobre la mesa de mi habitación -en la que solía pasar horas leyendo-, al lado de una botella de cerveza vacía.

La saqué luego de aprobar la materia, porque quería dejar evidencia de las dimensiones de esas lecturas, teniendo un objeto como punto de referencia. Recuerdo también aquellos tres tomos de la obra “Historia de Belgrano y de la independencia argentina”, de Bartolomé Mitre; lecturas que Fernando Devoto me requirió para aprobar el final de Historiografía.
En esas aulas aprendí la importancia del esfuerzo y la perseverancia. Comprendí la relevancia de saber organizarse y cumplir los pequeños objetivos que uno se iba proponiendo y pautando. Me adentré al funcionamiento del campo científico de las ciencias sociales y descubrí que mi forma de mirar al mundo ya no iba -ni podía- volver a ser la misma. Había perdido la ingenuidad. Los conceptos y marcos teóricos que incorporaba me iban permitiendo abordar y problematizar el mundo de una forma distinta, aunque no por ello menos maravillosa.
En ese primer encuentro, cara a cara con Romero, el docente también sostuvo que debíamos transitar por los pasillos de la facultad con cariño, porque nos esperaban varios años por delante y
“…allí íbamos a encontrar nuevos amigos, amores y desamores.”
Tampoco mentía. El pasar de los años me demostró la importancia de formar grupos de estudio y de abrirse a nuevas personas. Nutrirse de esa gente, sus ideas y perspectivas de la realidad te vuelve, gradualmente, un universitario. Uno aprende que todo momento de estudio se vuelve más significativo cuando es compartido. Que de esos encuentros nacen ideas y que las palabras cálidas y de aliento, en momentos adecuados, son necesarias.

Lo valioso es que muchas veces esos consejos no provenían de pares, sino de los mismos docentes. Todavía guardo en la memoria como, en el marco de sus clases teóricas de Historia Americana I, Ana María Presta nos incentivaba a producir las tesis de grado. Incluso ha llegado a afirmar que las instancias de finales había que disfrutarlas, ya que
“era realmente allí donde uno lograba articular la totalidad de contenidos de una materia.”
Además, supo darnos aliento para presentarnos a rendir, en tanto consideraba que
“…quien sabía el contenido de una asignatura, estaba capacitado a ´llevar´ la dinámica de un final hacia el lado que le convenía.”
Nunca hubiese imaginado aquella docente que, al día de hoy, siguen siendo frases que repito a mis alumnos cuando egresan y se encaminan a afrontar estudios universitarios.

Transitar la carrera de Historia en la Universidad de Buenos Aires implica mucho más que ir a estudiar. Es socializar, compartir e interactuar. Es disfrutar y, al mismo tiempo, ir creando una postura propia y crítica de la realidad. Tanto alumnos como graduados debemos -desde el lugar que podamos- contribuir a mantener viva la esencia de nuestra carrera y aportar -y apostar- a su fortalecimiento académico.

Luciano Díaz
Egresado de la carrera de Historia.
Facultad de Filosofía y Letras.
UBA

