Empecé la carrera de Historia en el año 2006. No fue la primera carrera que empecé y, aunque en ese momento no lo supiera, tampoco sería la última. Pero sí fue la que me transformó más profundamente y la que, en definitiva, me templó el carácter.
Porque digamos la verdad, la carrera es hermosa y de excelencia, pero exige un sacrificio mayúsculo. Sacrificio que, por supuesto, ha valido la pena.
La carrera de Historia me regaló un mundo de saberes a explorar, herramientas conceptuales y marcos teóricos que eran debatidos en pasillos y juntadas con amigos, amigas y amores. Maravillosas lecturas que me cambiaron la vida y otras que no tanto. Me brindó una sólida formación académica que transformó mi ser en el mundo. Y oportunidades y aprendizajes que me invitaron y me invitan a seguir formándome.
Agradezco haber escuchado -y recomiendo hacerlo- los consejos de docentes y compañeros/as que me acercaron ideas, proyectos y convocatorias. Disfruté y aprendí muchísimo lo todo que la carrera me ofreció y, para ser honesta, a veces también lo padecí.
Me fui de viaje a las Jornadas Interescuelas de Historia en dos oportunidades con un grupo entrañable, una experiencia académica y lúdica que recuerdo con gran alegría. Asistí a congresos y charlas. Participé de concursos para becas al exterior (no gané, aunque estuve cerca). Fui adscripta de Historia Antigua II y aprendí de muy buenos/as investigadores/as. Conocí a grandes historiadores como Tulio Halperin Donghi y tuve el lujo de tener a muchos y muchas como docentes, investigué y aprendí muchísimo de eso, di clases y sigo aprendiendo de eso, viajé a lugares sobre los que había leído y estudiado, empecé otra carrera, me aplazaron en un final, me felicitaron por mi trabajo, lloré, reí y amé. Dejé la carrera, volví a arrancar y un día, finalmente, me recibí: en mi casa, frente a una pantalla, en donde un analítico acreditaba que había aprobado mi último seminario. No se si fue lo que mi hubiera querido mi madre, pero estuvo bien para mí.
Y aunque sabía que quería ser docente, antes incluso de elegir Historia (lo sabía por convicción y por vocación política), siempre me abrí a la posibilidad de explorar otros caminos como la investigación, la divulgación, el trabajo de campo en arqueología y la clasificación (cuando cursaba en simultaneidad con Cs. Antropológicas), la escritura de materiales para 1° ciclo de primaria y el diseño de proyectos culturales y educativos. Procesos y proyectos que ni siquiera tenía capacidad de imaginar cuando entré a Puan por primera vez, pero que ampliaron mi perspectiva de la carrera, de la Historia y de lo posible.
Recuerdo con tanto cariño lo que aprendí en esas aulas como a las personas con las que compartí esos aprendizajes. Volver a filo siempre me da alegría.

Ana Souza
Egresada de la carrera de Historia.
Facultad de Filosofía y Letras.
UBA

